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Y se ha muerto Rita Barberá y con ella se han muerto los desaires de su partido y ha cobrado fuerza la teoría del absurdo. Los que le dieron la espalda lloraron su muerte y los que deseaban su fin se convirtieron en actores y verdugos. Es un ejemplo de este cambio de ciclo. Un mal ejemplo que deja al descubierto un problema profundo y enraizado en nuestra sociedad.

Lo cierto es que nos hemos convertido en jueces expertos, en analistas politólogos y en marujas de barrio. Nos creemos con el derecho y con el poder de juzgar a los demás, sin remordimientos, sin miedo y sin vergüenza alguna. Supongo que en parte nos vale para esconder nuestras miserias. No juzgamos los actos, juzgamos la vida de las personas. Sabemos mejor que nadie como es cada uno y nos permitimos el lujo de airear una vida que no es la nuestra, una vida que solo forma parte de nuestra imaginación.

Es cierto que cuando eliges un camino mediático pierdes parte de tu privacidad, pero a nadie se le otorga el derecho de bucear en tus armarios. Nos estamos olvidando de que detrás de una fotografía, de un titular, de una decisión, de una negociación o de la ascensión, hay un ser humano con sus defectos y con sus virtudes. Un ser humano que sufre, que siente, que padece, que come, que duerme, con hijos, sin hijos, con padres, con más o menos amigos, con dolor de cabeza y con una historia a cuestas. Y, en frente, otro ser humano probablemente con las mismas carencias, las mismas andanzas y los mismos problemas. Entonces, ¿quién es alguien para juzgar una vida? ¿Quién es alguien para juzgar vivencias? Es lícito opinar, es lícito juzgar una trayectoria política, profesional, laboral… pero, ¿qué tiene de lícito criticar desde el desconocimiento más absoluto? El respeto es el pilar de cualquier sociedad, el respeto a los demás, a su condición, a su sexo, a su religión, a su físico. ¿Dónde queda escondida la igualdad del ser humano?

Nos hemos hecho dueños y señores de la libertad de expresión y en ella amparamos cualquier maldad disfrazándola de derecho. Todo debería tener un límite y en política más. Al fin y al cabo, rige nuestra vidas.

La capacidad de distinguir entre la crítica, ya sea constructiva o no, y la sentencia malsana deberíamos tenerla clara y no dejar que nadie manipule la realidad que se vive del corazón hacia dentro.

Y más, y por encima de todo, nosotros. Que abanderamos los valores de igualdad, respeto, tolerancia, diálogo, consenso e ilusión. Nosotros debemos ser ejemplo de la crítica sana y la sentencia firme. Dejemos a los demás la parte sucia de la que se han nutrido y se nutren, del todo vale, de para conseguir un fin dan igual los medios, de la venganza personal disfrazada de supremacía moral. Analicemos con tiento alejado de la envidia. Tomemos decisiones valorando únicamente la ética política, y por lo demás, dejemos a los demás vivir en paz. Somos un equipo, y por encima de todo, debemos defender nuestra ideología, con valor, ejemplo y tesón. Debemos diferenciarnos del resto, y con el tiempo, tomarán ejemplo.

Ciudadanos debe ser la unión sana de sus militantes, militantes con corrientes diversas, con conflictos políticos, con incompatibilidad de caracteres, e incluso con guerras internas, pero ante todo y para todo, compañeros siempre.