GMCs. Lugo, 26 de agosto, 2016.

La prensa lleva unos días prestando especial atención al servicio de autobuses urbanos. Hace un par de días, la alcaldesa proclamaba orgullosa que “un servicio público no tiene por qué ser rentable”; hoy se plantean que haya servicios que sólo funcionen bajo demanda; mañana, bueno, sabe Dios con qué nos sorprenderán.

Primero, la perogrullada: un servicio público no tiene por qué ser rentable. Evidente: un servicio público tiene que ser eficiente, eficaz y sostenible, por empezar con algunas de sus características. También debe ser adecuadamente planificado y gestionado. Un servicio público no tiene por qué ser rentable, al menos en términos puramente contables o económicos, pero debe ser útil y garantizar la satisfacción de una necesidad ciudadana. Los servicios públicos deben también hacer un uso razonable de los recursos públicos y poner en la balanza, a veces estableciendo líneas muy finas entre lo aceptable y lo ridículo, lo que cuestan y la necesidad que satisfacen. Cuanto más importante es esta última, menor peso debe tener el coste. El hecho de que la rentabilidad no deba ser un criterio fundamental para valorar el transporte público tampoco puede servir de excusa para que éste se convierta en un pozo sin fondo.

Segundo, la demanda del servicio no es necesariamente algo que sólo se pueda medir en el número de viajeros actuales, primero porque éste a menudo está influido por las condiciones presentes del servicio y otras variables más difíciles de concretar, pero también porque el peso de principios básicos como la necesidad de vertebración del territorio –da igual que hablemos de un municipio, una provincia, una comunidad autónoma o un país- y el derecho de acceso de la ciudadanía en igualdad de condiciones a otros servicios públicos –algo en lo que la facilidad de desplazamiento influye considerablemente-, deben ser elementos directores de cualquier decisión en este sentido. No es sólo una cuestión de principios, también lo es de pragmatismo. Un transporte público eficiente y que satisfaga esos principios no puede ser en general “bajo demanda”, sino que debe ser capaz de ofrecer rutas regulares con una frecuencia conveniente que no suponga un coste ridículo para las arcas públicas.

Encontrar una solución a este problema, especialmente en el rural lucense, es complicado, somos muy conscientes de ello. No podemos pedir a algunos lucenses que proyecten sus desplazamientos urbanos como si fuesen sus vacaciones para poder ofrecer un servicio planificado bajo demanda y tampoco podemos ignorar que los recursos son limitados y no puede haber un número ilimitado de rutas con autobuses cada 15 minutos. Por eso esto es algo que requiere un estudio detallado, un análisis cuidadoso y una reflexión seria. Por eso no podemos seguir improvisando y poniendo parches.